El gran traductor de la filosofía platónica y neoplatónica a lengua inglesa, el llamado «Ficino inglés», el siempre lúcido Thomas Taylor, escribe en su introducción a los comentarios de la teología platónica de Proclo:
Según esta teología, del inmenso principio de principios, en el que todas las cosas causalmente subsisten, absortas en luz supraesencial, e inmersas en profundidades insondables, una beatífica progenie de principios procede, todos participando mayormente en lo inefable, todos estampados por los caracteres ocultos de la deidad, todos poseyendo una sobreabundancia plena de bien. De estas cumbres deslumbrantes, estas eclosiones inefables, estas divinas propagaciones, el ser, la vida, el intelecto, el alma, la naturaleza y el cuerpo dependen; mónadas suspensas dentro de unidades, naturalezas deificadas procediendo de deidades. Cada una de estas mónadas es, por su propia cuenta, líder de una serie que se extiende de sí misma a la última de las cosas, cada una de las cuales mientras que procede de, al mismo tiempo habita en, y regresa a su líder. Y todos estos principios y toda su progenie están finalmente centrados y enraizados por sus cumbres en el gran primordial y todo-comprensivo uno. Así todos los seres provienen de, y son comprendidos por el primer ser; todos los intelectos emanan del primer intelecto; todas las almas de una primera alma; todas las naturalezas florecen de una primera naturaleza; y todos los cuerpos provienen del luminoso cuerpo vital del mundo. Y, finalmente, la primera mónada comprende a todas estas grandes mónadas, y de ella se desdoblan en luz ellas y toda la serie que les sigue. Por ello es cierto que la primera es realmente la unidad de unidades, la mónada de mónadas, el principio de principios, Dios de dioses, una y todas las cosas y, sin embargo, una previa a todos.
Manly P. Hall comenta que esta síntesis del Uno de la filosofía neoplatónica de Taylor, el más grande conocedor de esta refulgente filosofía al menos en lo que se refiere a los méritos de su vida y obra en tiempos modernos, comprueba que la filosofía de los griegos, en esencia, y en su más alta manifestación, era sin lugar a dudas monoteísta. Existen los dioses, pero son emanaciones o principios o arquetipos que habitan dentro de un Dios Único, quien se mueve hacia el universo y se hace conocido a través de esta procesión flamante; si bien permanece también de alguna manera aparte, es decir es inmanente y trascendente. Todo es Dios y solo Dios, pero Dios está más allá del mundo, quizás podríamos decir que esta visión es «panenteísta» y no panteísta. Una raíz que no aparece nunca, y que sin embargo lo genera todo, el mundo es como la flor de loto que no parece tener ninguna raíz, un brote que tiene como origen el océano entero.
Esta divinidad primera y suprema de los griegos iniciados misterios es superior al dios personal del monoteísmo exotérico ya que no es una personalidad ni un principio, sino un principio de principios, lo más abstracto de lo abstracto, tan universalizado e ilimitado en su naturaleza inherente que es incomprensible y de lo cual no se puede decir nada sin el riesgo de limitarlo y por lo tanto hablar erróneamente. Por ello uno de los símbolos de la divinidad suprema era el silencio.