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La arquitectura viviente del número (la teología matemática de Egipto en la obra de Schwaller de Lubicz)

Hermetismo
Basado en estudios de la teología matemática de Egipto, Schwaller de Lubicz concibió el número áureo, phi, como la función creativa del universo.
Autor: Cadena Áurea
julio 10, 2016


 

A continuación presentamos una traducción de una serie de puntos o insights presentados por René Schwaller de Lubicz en su obra maestra El Templo del Hombre, fruto de una larga investigación del Egipto faraónico, y principalmente del Templo de Luxor, en el cual encontró toda una teología expresada en piedra y jeroglífico (donde el templo mismo era la enseñanza). Schwaller, quien fue también un destacado alquimista –siendo un personaje central del misterio de Fulcanelli– encontró en el templo de Luxor la representación de un hombre, el Antropocosmos, el hombre universal o arquetípico, cuya figura fue completada de manera idealizada en las diversas construcciones del templo, donde también encontró iterado la proporción áurea, phi, φ. 

Los fragmentos presentados aquí son parte de la edición de Inner Traditions, traducida por Robert Lawlor, de El Templo del Hombre, no existe hasta el momento una versión en castellano, por lo que consideramos relevante esta breve traducción si bien estamos conscientes de que puede tener ciertas deficiencias, especialmente porque el texto seleccionado es parte de abstrusas explicaciones que necesitan de ciertos conocimientos matemáticos. La obra es de un alcance y una extensión monumental, por lo cual publicamos aquí solamente fragmentos, a la manera de aforismos que puedan dirigir al lector posteriormente a una exploración más profunda  Habiendo advertido esto, consideramos que yace aquí un pequeño tesoro de «los fundamentos faraónicos» de una filosofía mística del número. En suma, un entendimiento numérico del Génesis, siendo éste «el paso de la Uno al Dos», o el paso de la Unidad a la multiplicidad, en el cual, sin embargo, se mantiene la unidad.  Schwaller parece estarnos diciendo que el mundo creado no es más que la división de la Unidad de tal forma que permanezca unitaria en la dualidad; esa división, que es la creación –puesto que todo crece dividiéndose– se ejecuta a través de phi y por lo tanto podemos observar esta proporción en la armonía con la que crece la naturaleza. 

El número Uno sólo es definible a través de la noción del número Dos. La multiplicidad es lo que nos revela a nosotros la unidad; eso es, nuestra comprensión de las cosas sólo existe a través de lo que podríamos llamar el fraccionamiento original en partes y la comparación de estas partes la una con la otra, que no es más que la enumeración de los aspectos de la Unidad. Por ello una definición de la función creativa es posible sólo cuando hablamos en términos de fraccionamiento y en el proponer la hipótesis de la división de la Unidad, la fuente cósmica.

Si la Unidad original fuera considerada como estando constituida por partes, entonces los resultados precederían a la causa. Ahora bien, nuestro juicio, nuestra inteligencia –eso es, nuestra actitud psicológica en torno a este problema– es precisamente aquel del resultado queriendo juzgar la causa.

Nuestra habilidad para entender esta Unidad no-compuesta y por lo tanto racionalmente indivisible nos obliga a usar una fórmula absurda para interpretar aquello que debe mantenerse como un fenómeno misterioso: el paso del Uno al Dos, lo que es llamado el acto creativo. Lo podemos describir así: un milieu [medio o entorno] absolutamente homogéneo, por la acción de su propia naturaleza se divide en dos estados heterogéneos. Este fenómeno, funcionando similarmente, puede observarse a través de toda la Naturaleza que se mantiene a sí misma proliferando de esta manera.

El concepto de cantidad sólo comienza en el punto de la dualización de lo que originalmente sólo podía ser una cualidad sin cantidad, una cualidad sin definición. 

Estamos tratando con una función que es el número numerador.  Esta función proliferante, que primero se observa en el reino vegetal, persiste en toda la Naturaleza a través de la vida celular, al encontrarse como la base de todas las cosas expresadas en números.

Nuestra ciencia sólo puede trabajar retroactivamente del efecto –el resultado– hacia una causa eventual, al juzgar esta causa desde la perspectiva del efecto. La sabiduría, sin embargo, empieza con esta causa y trabaja hacia el resultado…

Vemos en el Egipto faraónico, como en casi todas las religiones reveladas, que la filosofía teológica es expresada en símbolos en la forma de «mitos» o iconos, eso es, símbolos figurativos dramatizados con una vestidura histórica. …olvidamos que los sabios de esos tiempos comunicaban su pensamiento a través de su teología en la forma del mito, y en sus monumentos sagrados, a través de los símbolos…

El estudio de la ciencia de los números en el espíritu teológico de los sabios de Kemit [Egipto] debe ajustarse a las siguientes condiciones generales [que tienen un carácter vital y universal]:

1. La Unidad debe aparecer como dualidad sin perder su naturaleza esencial de Unidad. Se trata entonces de una función interna, de la actividad de un poder inmamente en la Unidad. Esta es la revelación de Heliopolis.

2. Aquello que en relación a la cosa, todavía no es ninguna cosa, debe convertirse en algo, por ello debe convertirse en un ternario, ya que nos damos cuenta que el ternario es el resultado final de todo análisis. Esta es la revelación de Menfis.

3. Aquello que resulta de la actividad debe ser Dos, eso es, debe poder multiplicarse a sí mismo, ya que Dos, o el principio dual, es el principio de multiplicación, y este principio es el sustento de todas las cosas. Así, ya no se trata solamente de una cuestión de pura cualidad, sino también de forma, una cualidad cuantificada. Esta es la revelación de Hermopolis (Khemenu).

4. Por consecuencia, los resultados deben ser al mismo tiempo una revelación de aquello que es tanto aritmético –una relación cuantitativa de las cosas entre sí– y geométrico –la función de crecimiento de la cosa en sí misma. Esta es la revelación de Tebas.

Así entonces es que el número de oro, o número sagrado (designado por el símbolo de phi), debe considerarse como el poder creativo o separador; es el número que provoca la escisión y consecuentemente no es derivado aritméticamente de la raíz del 5, porque el poder del cinco no es la causa sino el resultado de esta función phi. 

 

La arquitectura viviente del número

El decreto es crecer. Ahora bien, todo crecimiento está hecho de la escisión de los elementos. Así «crecer» significa proceder a través de la duplicación –1,2,4,8– en otras palabras, dividir. 

Recordando de nuevo el principio teológico que coloca al Uno en el origen de la creación, y el desarrollo numerador como una función divisoria, obtenemos los principios guía de las matemáticas faraónicas. 

En el Único como un mileu [medio o entorno, aquello que nutre] absolutamente homogéneo, ni camino ni tiempo existen: cada momento es exactamente igual a todos los demás. El Génesis inicia sólo con la escisión de este milieu homogéneo, y por esto, perdura hasta la reunificación en un milieu absolutamente homogéneo. La causa de la escisión es entonces el «mal original», la heterogeneidad a la cual debe sobreponerse. El Génesis es entonces la actividad unificadora de aquello que está desunido. La posibilidad genética está necesariamente contenida en la naturaleza de aquello que divide lo homogéneo, y esto constituye el tiempo. La actividad homogeneizante es uniforme pero es relativamente rápida o lenta: la génesis del entero conteniendo la génesis del particular. La semilla es la primera etapa del regreso a la homogeneidad, pero de todas formas requiere su– substancialmente nutritivo- milieu hasta la anulación de la complementación.

Phi es parte del misterio de la acción primordial de la división.

Todo fenómeno de un orden energético está hecho en esta forma de una composición de «siete factores», resultando de la contracción de nueve funciones…

La célula viva, para multiplicarse, se divide a sí misma en la siguiente división thotiana, como el número de vibraciones del sonido se divide a sí mismo en 2, 4,6,8, 16,32, etc., 16 siendo considerado musicalmente el sonido de más bajo tono.

Además de su núcleo, la primera célula contiene dentro de sí misma el centrosoma, que se divide a sí mismo primero y determina los dos polos que dirigen los movimientos de los cromosomas (siempre el mismo número para cada especie) y actúan como polos atractores, determinando la escisión del núcleo.

La estatura total del bebé al nacer es dividida en casi dos partes iguales por el lugar de adherencia de su cordón umbilical. Luego, poco a poco, la parte inferior crece y se hace más larga en relación a la parte superior. La proporción original 1:1 se convierte en 1: phi, pasando por fases alternas de crecimiento de tal forma que en la fase de prepubertad pude llegar a a 1:1.7, mientras que phi es igual a 1.618… En el crecimiento humano otra vez descubrimos la serie fibonacci: 1/1, luego 3/2, 5/3, 8/5, etc., con una tendencia hacia el phi perfecto…

Phi [el número áureo] está en el origen; se define a sí mismo sólo por la armonía que engendra.

 

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