Diversas tradiciones filosóficas que tienen su origen en la India conciben el mundo como solo mente (o conciencia); el mundo material y los objetos que son percibidos por un sujeto separado son considerados como ilusiones. Pero si esto es así, ¿cómo se ha producido esta confusión, esta maya, que nos hace percibirnos como individuos, con un sí mismo separado de todo el mundo, aprisionado en un cuerpo sólido? Roberto Calasso, tomando de los Vedas, reimagina el mito védico de la Creación y explica cómo éste proceso de confusión se origina: cómo la mente, que es lo único que realmente existe, al manifestarse como el mundo (siendo inicialmente vacuidad o potencial infinito), empieza a dividirse y dejar de reconocerse en sus creaciones. Luego diversas tradiciones, a partir de los Upanishads y especialmente el budismo tántrico y el tantrismo de Cachemira, enseñaran a desandar este proceso, a regresar a la vacuidad no-dual de la conciencia primordial.
A continuación traducimos fragmentos de Ka, la primera incursión de gran aliento de Calasso en la selva del pensamiento indio:
Prajapati estaba solo. Ni siquiera sabía si existía o no. «Por así decir,» iva. (Tan pronto uno descubre algo crucial es apropiado calificar lo que uno ha dicho con la partícula iva, que no nos ata). Sólo existía la mente, manas. Y lo que es peculiar de la mente es que no sabe si existe o no. Pero precede a todo lo demás. «No hay nada antes que la mente». Entonces, incluso antes de establecer si existía o no, la mente deseó. Era continuo, difuso, indefinido. Así, como si estuviera siendo atraída algo exótico, algo que pertenecía a otro reino de vida, deseó lo que era definido y separado, lo que tenía forma. Un sí mismo, atman –ese fue el nombre que uso. Y la mente imaginó ese sí mismo como teniendo consistencia. Pensando, le mente se volvió incandescente. Vio surgir 36 mil llamas, hechas de mente, hechas por la mente. Suspendidas sobre los fuegos habían 36 mil tasas, y estas también estaban hechas de mente.
Prajapati yacía con los ojos cerrados. Entre su cabeza y su pecho un ardor quemaba en su interior, como el agua hirviendo en silencio. Constantemente se estaba transformando algo: era tapas. ¿Pero que estaba transformando? La mente. Esta mente era lo que transformaba y lo que era transformado. Era el calor, la flama oculta en los huesos, la sucesión y la disolución de formas trazadas en la oscuridad –y la sensación de saber que esto estaba pasando. Todo se parecía a otra cosa. Todo estaba conectado a otra cosa. Sólo la sensación de la conciencia parecía nada en específico. Y, sin embargo, las apariencias fluían de aquí para allá dentro de ella. Era la «ola indistinta». Cada apariencia era una cresta de esa ola. En ese tiempo «este mundo no era más que agua». ¿Y luego? «En medio de la solas un único vidente». Incluso en ese entonces las aguas eran la mente. ¿pero por qué el ojo? Dentro de la mente surgió esa escisión que antecede a todas las demás, que las implica a todas. Había la conciencia y había un ojo observando la conciencia. En la misma mente habían dos seres. Que podían ser tres, treinta, tres mil. Ojos que observaban ojos que observaban ojos. Pero ese primer paso fue suficiente en sí mismo. Todos los otros ojos estaban en ese «único vidente» y en las aguas.
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Las aguas anhelaron. Solas, ardieron. «Cultivaron su ardor». Un caracol tomó forma en la ola. «Este, el uno, nació de la fuerza del ardor». Y dentro del caracol, sobre el arco del año, el cuerpo de Prajapati tomó forma. Pero «el año no existía» entonces. El tiempo apareció como el órgano de un único ser, anidando en ese ser, que iba a la deriva por las aguas, sin ningún soporte. Después de un año empezó a emitir sílabas, que eran la tierra, el aire y el cielo distante. Ya entonces sabía que era el Padre Tiempo. Prajapati obtuvo una vida de 1000 años: miró lo que estaba enfrente de él, más allá de la cresta de las olas, y muy lejos atisbó una franja de tierra, la tenue línea de una orilla distante. Su muerte. Nacido del deseo de las aguas, Prajapati engendró «todo esto», idam sarvam, pero él era el único que no podía asegurar tener un progenitor –ni siquiera una madre. Si acaso tenía múltiples madres, ya que las aguas son una irreductible pluralidad femenina. Las aguas eran sus hijas, también, como si desde el comienzo hubiera sido importante mostrar que en toda relación esencial la generación es recíproca.
Prajapati intuyó que tenía compañía, un «segundo ser», dvitiya, dentro de él. Era una mujer. Vac. La palabra. La dejo salir. La miró. Vac «emergió como un continuo flujo de agua». Ella era una columna de líquido, sin principio ni final. Prajapati se unió a ella. La dividió en tres partes. Tres sonidos surgieron de su impulso amoroso, a, ka, ho. A era la tierra, ka el espacio intermedio, y ho el cielo. De esas tres sílabas irrumpió lo discontinuo a la existencia. De las ocho gotas nacieron los Vasus (los vientos), de once los Rudras y de doce los Adityas. El mundo, que aún no existía, ya estaba lleno de dioses. Treinta y uno, nacidos de la misma cantidad de gotas, luego Cielo y Tierra, lo que sumaba treinta y tres. Y estaba ka, el espacio intermedio, donde Prajapati yacía. Treinta y cuatro. Silenciosamente. Vac se reintrodujo en Prajapatii, en la cavidad que era siempre su morada.
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Prajapati era la mente como poder de transformar. Y transformarse a sí mismo. Nada [como la mente] puede ser descrito de manera tan precisa como desbordante, ilimitado, inexpresable. Todo lo que existe estuvo primero en Prajapati. Todo permanecía apegado a él. Pero era una apego que podía bien ir sin ser notado. ¿Donde estaba? En nuestra mente, enterrado en nuestro ser como una astilla que nadie puede remover.
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De El Ardor:
Para los védicos, todo surgió de la conciencia, en el sentido de la cognición pura libre de todo atributo. La invocaron delicadamente, como «la divinidad que viene de la lejanía cuando despertamos y se retira cuando dormimos». Igualmente «aquella a través de la cual los videntes, hábiles creadores, operan en el sacrificio y en los ritos». Dijeron que era «una maravilla sin precedentes que habitaba en los seres vivos». Reconocieron en ella «aquello que envuelve todo lo que ha sido, todo lo que es y todo lo que será». La llamaron «estable en el corazón y sin embargo móvil e infinitamente veloz». La inasequible velocidad de la mente: aquí fue nombrada, evocada, adorada quizás por primera vez. Finalmente el deseo mil veces repetido: «Que aquello que ella [la mente] concibe sea propicio para mí». La mente es un poder externo, igual a los dioses y superior a los dioses, el cual se concibe solitariamente y puede, a través de la gracia, reverberar en la mente de todos los seres vivos.Y el primero y más alto deseo es que esto se lleve a cabo «auspiciosamente». Manas entonces actuará como «un noble auriga», y se convertirá en aquel «que poderosamente guía por las riendas a los hombres como si fueran corceles».