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Los aforismos de la Naturaleza de Goethe (una exquisita alegoría panteísta)

Filosofía Occidental
La raspsodia de Goethe, en la cual identifica a la Naturaleza con la divinidad.
Autor: Cadena Áurea
diciembre 11, 2018


 Ved cómo con fulgores policromos 

el paraíso resplandece ya. 

 (Goethe, «Alma del mundo»)

Científico, poeta, político; estudioso de las las plantas, la luz, los hombres, etc… pocas personas han logrado abrazar la totalidad de la existencia como Johanne Wolfgang von Goethe. Considerado el gran genio alemán, uno de los últimos hombres iluminados por el espíritu renacentista de saberlo y hacerlo todo, Goethe hizo su ciencia y su poesía con una mirada fija en la naturaleza y sus secretos, entendiendo que en ella se hacía visible lo divino.

En 1869, en la primera edición de la revista Nature (una institución de la ciencia), T. H. Huxley presentó su traducción de «Los aforismos sobre la Naturaleza» de Goethe, un texto poético en el que Goethe hace una alegoría de la Naturaleza en la que indudablemente ve una manifestación de la divinidad, en un panteísmo muy parecido al de Spinoza (al menos en este texto.) El Dios de Spinoza, el cual le fascinó tanto a Einstein, era un Dios inmanente, que se revelaba en las leyes y en la armonía de la naturaleza. Spinoza escribió en su Ética, Deus sive Natura (Dios o Naturaleza, una única sustancia). A posteriori se ha intentado hacer de la filosofía de Spinoza un ateísmo; quizás Huxley quería también aquí ver en el canto a la naturaleza de Goethe un ateísmo, una visión eminentemente materialista (de la cual él sería uno de los grandes propulsores). Pero hay que recordar que para Goethe lo fundamental no es la materia, no es lo físico, es el espíritu.

El profesor Fritz Joachim Von Rintelen escribió: «La más honda vivencia que acompaña a Goethe a través de toda su vida es su vinculación y proximidad a la naturaleza». Esta es la peculiaridad de Goethe, quien en la naturaleza encuentra el más profundo y eléctrico instinto religioso. En Goethe se unen la mente científica y  la mente poética y mística, (debemos poetizar la ciencia, escribió Novalis); la curiosidad insaciable, la búsqueda de la verdad, la sensibilidad estética y la apertura espiritual. Así, para Goethe, el mundo material, aquello más próximo y evidente, no es más que la transparencia del espíritu, se ve «en todos los elementos, la presencia de Dios»; «¿Quieres llegar a lo infinito? Escudriña doquiera lo finito», escribió en un poema. La divinidad se revela en la naturaleza, la cual anima, como un artista que no está separado de su obra. La naturaleza cobra un sentido sagrado, no se trata de una muda e inerte masa de explotación, sino un símbolo viviente y aún más un templo. Goethe ve en la unión con «el alma del  mundo» la meta de la existencia, una unión que ocurre por supuesto en el seno-lecho vibrante de la naturaleza.  

La visión de Goethe de la naturaleza como bien dice Von Rintelen es «vital-pulsante» y no mecanicista, pese a los intentos de convertirlo al materialismo científico de Huxley. La naturaleza de Goethe no es una ciega marcha perfecta, no es un reloj inerte, es una organismo pulsante, animado por amor. «Pues la vida es amor, y el espíritu es vida de la vida». El espíritu es la sangre de la sangre, el río por el cual corre la vida.

En el texto traducido del inglés de Huxley, podemos ver algunas de las semillas de modelos que serán más tarde abrazados por la ciencia. Por ejemplo, la sexualidad al servicio de la evolución: la Naturaleza «crea necesidades puesto que ama la acción».

Tenemos la noción también de que la naturaleza (o dios) es inconsciente, no se conoce a sí misma, pero dispone el mundo y particularmente al hombre como instrumento de autoconocimiento. Esta idea es popular tanto en algunas corrientes místico religiosas como entre algunos científicos modernos, como se encuentra en Carl Sagan, quien sugirió que el hombres es la forma en la que el universo toma conciencia de sí mismo. «Ella no tiene lenguaje ni discurso; pero crea lenguas y corazones, por las cuales habla y siente», escribió Goethe en este texto escrito alrededor de 1780. 

Asimismo tenemos esta noción de que la diversidad es la gloria de la unidad, la complejidad la obra maestra de la simplicidad cuya creatividad es irreprimible; diversidad que enriquece la experiencia de la manera más prodigiosa. La naturaleza es Pan (es todo) y es Proteo (es todo-cambiante) y es el Ser (inmutable) a la vez. «Se ha dividido para que sea su propio deleite. Produce una interminable sucesión de nuevas capacidades para el surgimiento del gozo, para que su insaciable simpatía sea calmada», escribe Goethe. Lo que recuerda una frase de Parabasis. «Lo único y eterno se revela en modo vario; Siempre cambiando de forma, nunca su esencia cambiando». Lo cual resuena con Sri Aurobindo:

Preguntas cuál es el principio de todo esto:

Y es esto…

La existencia que se multiplicó por sí misma

Por el puro deleite de ser

Y se proyectó en trillones de seres

Para que pudiera encontrarse a sí misma

Innumerablemente.

Y de nuevo Goethe que en su texto sobre la Naturaleza escribe:

Ella es todas las cosas. Se recompensa y se castiga a sí misma; es su propia alegría y su propia miseria. Ella es áspera, tierna, amorosa, cruel, impotente y omnipotente. Ella está eternamente presente. Pasado y futuro son conocidos para ella. El presente es su eternidad. Es benéfica. La alabo en todas sus obras. Es sabia y silenciosa.

Lo que recuerda lo que le dice Krishna a Arjuna en ciernes de la épica batalla del Mahabharata:

Si crees que ese Ser puede matar

o crees que este ser puede ser matado

no entiendes bien

los caminos sutiles de la realidad.  

Nunca nació; habiendo sido,

nunca no será.

Nonato, primordial

no muere cuando el cuerpo fallece.

La no-dualidad que Emerson recreó así en su poema Brahma:

If the red slayer think he slays, 

Or if the slain think he is slain, 

They know not well the subtle ways 

I keep, and pass, and turn again.

Castigo, recompensa, placer, dolor, vida, muerte… no hay diferencia, todo es naturaleza, todo es el mismo juego de la divinidad infinita.

* **

¡Naturaleza! Ella nos circunda y nos abraza: sin que podamos separarnos de ella, sin que podamos penetrar más allá de ella.

Sin preguntar o advertir, nos rapta en el círculo de su danza y nos hace girar hasta que, cansados, caemos de sus brazos.

Ella siempre está moldeando nuevas formas: lo que es, nunca ha sido; lo que ha sido, no vuelve a ser. Todo es nuevo y, sin embargo, siempre antiguo.

Vivimos rodeados de ella, pero no la conocemos. Incesantemente nos habla, pero resguarda su secreto. Constantemente actuamos sobre ella, y sin embargo no tenemos poder sobre ella.

El objetivo sobresaliente que ella parece tener es la individualidad; sin embargo, a ella no le importan los individuos. Siempre está construyendo y destruyendo; pero su laboratorio es inaccesible. 

Su vida está en sus hijos; ¿pero dónde está su madre? Ella es la única artista; cincelando el material más uniforme en completos opuestos; arribando, sin rastro alguno de esfuerzo, a la perfección, a la más exacta precisión, aunque siempre bajo el velo de una cierta suavidad.

Cada una de sus obras tiene una esencia propia; cada uno de sus fenómenos una caracterización especial: y, sin embargo, su diversidad está en unidad.

Ella representa una obra; no sabemos si ella misma la ve, y sin embargo ella actúa para nosotros, los testigos.

Vida incesante, desarrollo y movimiento existen en ella, pero ella no avanza. Cambia siempre y no descansa un sólo momento. La quietud es inconcebible para ella, y ha depositado su reprimenda sobre el descanso. Es firme. Sus pasos son mesurados, sus excepciones raras, sus leyes inmutables.

Siempre tiene pensamiento y siempre piensa; pero no como hombre, sino como Naturaleza. Medita sobre una idea todo-comprensiva, que ninguna búsqueda puede hallar.

La humanidad reside en ella y ella en la humanidad. Con todos los seres humanos juega el juego del amor, y se alegra entre más ganan ellos. Con muchos sus movimientos son tan secretos, que el juego acaba antes de que lo descubran.

Aquello que es más artificial de todas maneras es Naturaleza; hasta el más estúpido filisteísmo tiene un toque de su genio. Quien no la puede ver en todas partes, no la ve en ninguna parte realmente.

Ella se ama a sí misma, y sus innumerables ojos y afectos están fijos en ella misma. Se ha dividido para que sea su propio deleite. Produce una interminable sucesión de nuevas capacidades para el surgimiento del gozo, para que su insaciable simpatía sea calmada.

Se regocija en la ilusión. Aquel quien la destruye en sí mismo y en otros, a él lo castiga con la más implacable tiranía. Aquel que la sigue con fe, a él lo toma como su hijo en su seno. 

Sus hijos son innumerables. Con ninguno es miserable; pero tiene sus favoritos, en ellos dilapida, por ellos hace grandes sacrificios. Sobre la grandeza extiende su escudo.

Arroja a sus criaturas de la nada, y no les dice de dónde provienen ni a dónde van. A ellos les toca andar, ella conoce el camino. 

Su mecanismo tiene pocos resortes -pero nunca se desgastan, siempre están activos en múltiples formas.

El espectáculo de la Naturaleza es siempre nuevo, porque siempre está renovando espectadores. La vida es su más exquisita invención; y la muerte es su más experta estrategia para obtener abundancia de vida.

Envuelve al hombre en la oscuridad y hace que siempre anhele la luz. Lo crea dependiente de la tierra, opaco y pesado; y sin embargo siempre lo está estremeciendo hasta que intente elevarse por encima de la tierra.

Crea necesidades puesto que ama la acción.¡Maravilla! Produce toda esta acción con tal facilidad. Cada necesidad es un beneficio, ágilmente satisfecho, ágilmente renovado. Cada nuevo deseo es una nueva fuente de placer, pero ella pronto logra un equilibrio.

Cada instante ella comienza un inmenso viaje, y cada instante ella ha llegado ya a su meta.

Ella es vanidad de vanidades; pero no para nosotros, para quienes se ha hecho de la más alta importancia. Permite que todo niño juegue con ella; que todo tonto la juzgue; que miles caminen estúpidamente sobre ella y no vean nada; y disfruta y toma cuenta de todos ellos.

Obedecemos sus leyes cuando nos revelamos contra ellas; trabajamos con ella incluso cuando deseamos trabajar en su contra.

Ella hace de cada regalo un beneficio al causar que lo queramos. Ella se dilata, para que la deseemos; ella se apresura, para que no nos la esperemos. 

Ella no tiene lenguaje ni discurso; pero crea lenguas y corazones, por las cuales habla y siente.

Su corona es el amor. Sólo a través del amor nos acercamos a ella. Ella separa todas las cosas existentes, y todas tienden a entremezclarse. Ella ha aislado a todas las cosas para que cada una pueda acercarse a la otra. Ella considera un par de tragos del cáliz del amor como una buena retribución por los achaques de toda una vida. 

Ella es todas las cosas. Se recompensa y se castiga a sí misma; es su propia alegría y su propia miseria. Ella es áspera, tierna, amorosa, cruel, impotente y omnipotente. Ella está eternamente presente. Pasado y futuro son conocidos para ella. El presente es su eternidad. Es benéfica. La alabo en todas sus obras. Es sabia y silenciosa.

Ninguna explicación se extrae de ella; ningún obsequio se gana que no dé ella gratis. Es astuta, pero para buenos fines; y es mejor no notar sus trucos.

Está completa, pero nunca acabada. Como trabaja ahora, así siempre ella puede trabajar. Cada uno la ve en su propia medida. Ella se esconde bajo mil nombres y frases, y es siempre la misma. Ella me ha traído a aquí y también ella me llevará a otra parte. Confío en ella. Puede que me corrija, pero nunca odiará su obra. No fui yo quien habló de ella. ¡No! Lo que es verdad y lo que es mentira, ella lo ha dicho todo. El mérito, la culpa, es todo de ella.

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